Aquí tenemos otra de las perlas matemáticas de Michael Scott, el personaje principal de la serie “The Office”:
Nos recuerda a nuestros métodos infantiles para sortear algo, ¿verdad? “Pito, pito, gorgorito…”, “Pito, pito, cirolito…”, “Una, dola, tela, catola…” y similares, porque la tradición oral es lo que tiene: te alejas 20 kilómetros y lo dicen de otra forma. Sería interesante que añadiérais en los comentarios cuál era el método que usábais vosotros de pequeños, seguro que encontrábamos unos cuantos nuevos.
Volviendo al tema del post, estos juegos infantiles dejan de ser aleatorios a cierta edad, cuando uno descubre (o inventa, según la otra parte del eterno debate) que siempre es la misma cantinela, con el mismo número de sílabas, y que se puede anticipar el resultado. Ese momento es tan válido como cualquier otro para decir que “perdemos la inocencia”. Y es que la aleatoriedad, como dice Stéphanie, en la (genial) película “La ciencia del sueño” de Michel Gondry, es muy difícil de conseguir:
(Parece una contradicción, porque se sabe que la entropía (el desorden) de un sistema cerrado siempre aumenta, pero localmente, si no tienes cuidado, el orden acaba colándose)
Pues posiblemente ese es el mayor problema de la estadística: evitar el orden y elegir una muestra aleatoria, requisito imprescindible para que sea una buena muestra, y que pocas cumplen. Por ejemplo, las encuestas telefónicas, que parecen números sacados al azar de la guía, están limitándose a personas con teléfono, excluyendo así a todas las que no lo tienen, o que no salen en la guía.
Cuánta sabiduría encierra el cine.
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